La emperatriz viuda Cixi o Zishi ( 慈禧) gobernó el Imperio Chino entre 1861 y 1908. Fue una figura clave en el ocaso de la dinastía Qing. En China y el mundo se le reconoció como una mujer poderosa.
Cixi fue concubina y posteriormente emperatriz viuda del emperador Xianfeng. Una mujer de gran ambición, a la muerte de su marido Xianfeng en 1861, Cixi maniobró para hacerse con la regencia de su hijo, el emperador Tongzhi (1861-1875).
A diferencia de la mayor parte de las mujeres manchú de la casa imperial, Cixi era conocida por su habilidad para leer y escribir en chino y en manchú.
Dedicó parte de su juventud como concubina en la Ciudad Prohibida. Se educó con los clásicos chinos como Confucio o Micio. Su habilidad para responder con citas eruditas extraídas de los clásicos chinos le ganó la admiración de los mandarines de la Ciudad Prohibida. Al tiempo, Cixi comenzó a cultivar la amistad de los eunucos de palacio.
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En 1854, ascendieron a Cixi a consorte de quinto rango con el título de Concubina Imperial Yi (懿嬪). Su elevación en rango se relacionó con la aparente infertilidad de la pareja imperial. La concubina Zhen del clan Nihouru había sido nombrada emperatriz consorte por el emperador Xiangfen en 1852, pese a lo cual no había conseguido quedarse embarazada.
La protectora de Cixi, la emperatriz viuda Xiaojingcheng, decidió seguir el consejo de los eunucos de palacio y ascendió a Cixi de rango. Esto fue con la finalidad de facilitar que esta mantuviera relaciones con el emperador. Tras varios encuentros, en 1855 Cixi quedó embarazada, y el 27 de abril de 1856 dio a luz al futuro emperador Tongzhi.
Poco después de dar a luz, la ascendieron nuevamente, esta vez a consorte de cuarto rango con el título de Consorte Yi (懿妃). En 1857, cuando su hijo alcanzó el año de edad, fue elevada al tercer rango como Noble Consorte Yi (懿貴妃). Esto la colocó solo por debajo de la Emperatriz Ci’an entre las mujeres de la casa del Emperador Xianfeng.
El genio y la ambición de la concubina Yi, no tardaron en revelarse. Dado el negro panorama que se abría ante China y su hijo, orquestó un golpe con Zhen, esposa principal del difunto emperador (y como tal, madre oficial de Tongzhi).
Asimismo se unió con los dos hermanos de Xianfeng, el príncipe Gong, partidario de contemporizar con Occidente, y el príncipe Chun, al que Cixí había podido casar con su hermana menor. Si fracasaban, se enfrentarían, como traidores, a la pena con el explícito nombre de muerte de los mil cortes.
Primero, ambas mujeres que no disponían de ningún poder, persuadieron a los regentes de que dos sellos, supuestamente pertenecientes al emperador niño y custodiados por ellas, fuesen empleados para validar los decretos del consejo como simple formalidad.
Lo hicieron así pues el pequeño no podía escribirlos de su puño y letra en tinta roja, según la costumbre. Más tarde, ante el consejo y con el niño presente, pidieron que se les permitiera participar en el gobierno.
Los regentes rechazaron agriamente la petición y sus gritos asustaron al niño, que se mojó los pantalones. La ofensiva actuación de los regentes permitió acusarlos de traición y los destituyeron mediante sendos decretos validados con los sellos en poder de Zhen y de Yi.
Las dos viudas, que debían gobernar hasta la mayoría de edad del emperador niño, adoptaron nuevos nombres: Zhen tomó el de Ci’an (bondadosa y serena); Yi, el de Cixí (bondadosa y alegre).
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En el invierno de 1861, un deprimido emperador Xianfeng moría en la frontera de Mongolia, a donde se había retirado con la corte tras el ataque de los franceses y británicos a Beijing durante la segunda guerra del opio.
Dejó un heredero de cinco años, Tongzhi, hijo de la concubina Cixi. Asimismo quedó un consejo de regencia formado por los nobles tradicionalistas que habían apoyado la guerra con Occidente, y un país devastado por la contienda así como por la cruenta rebelión campesina de los Taiping, que controlaban un tercio del país.
A su llegada al poder, la emperatriz Cixí se volvió la controladora de todo y todos, incluyendo al emperador. Sin embargo, todo cambió cuando Cixí tuvo que dejar el poder a Guangxu en 1889.
Su frío trato con el niño (que se dirigía oficialmente a ella como “querido papá”) los distanció, sobre todo desde que el príncipe Chun (instigado por la propia Cixí) había obligado al imperial retoño a arrodillarse ante la regente y pedirle que siguiera gobernando un tiempo más.
Los estudios absorben a Guangxu, educado por el Gran Tutor Weng en la estricta ortodoxia confuciana y el recelo a todo lo occidental. Su incomprensión del mundo moderno derivó en el abandono del programa naval. Esto propició una demoledora derrota ante Japón, en 1895.
La crisis hizo que Cixí volviera como gobernante de hecho. Para ello no dudó en amenazar a Guangxu con develar los turbios negocios (incluida la venta de cargos) que su concubina Perla realizaba al abrigo de su puesto.
La tensión entre Cixí y su hijo, así como entre reformistas y tradicionalistas, dio pie a la irrupción de un nuevo personaje: Kang Youwei. Sus propuestas reformistas le ayudaron a ascender y llegar hasta Cixí, que lo introdujo en la corte.
Allí se ganó el aprecio de Guangxu y maniobró para hacerse con los resortes del gobierno. De esta manera situó a sus acólitos en el entorno del emperador, al que colmaba de elogios.
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Pero ocupar el poder requería deshacerse de Cixí, a la que quiso asesinar con ayuda de Japón; allí se refugió cuando se descubrió el complot. Cixí supo que su hijo estaba al corriente de la trama y lo convirtió en prisionero en su propio palacio.
Además ocultó la actuación de Guangxu para no comprometer a la dinastía, así él y Kang quedaron ante el mundo como reformadores mártires de una despótica Cixí, rechazada por unas potencias occidentales que esperaban apoderarse de territorio chino.
Justo entonces, las agresiones alemanas en Shandong desataron la rebelión nacionalista y anticristiana de los bóxers. Las potencias amenazaron a Cixí con atacar si no prohibía las sociedades nacionalistas.
Ella rechazó el ultimátum y les declaró la guerra utilizando a los bóxers como fuerza de choque. Aunque intentó evitar sus ataques a cristianos chinos y a extranjeros.
China sufrió la derrota, pero la élite dirigente arropó a una Cixí capaz de publicar el insólito Decreto del Remordimiento, en el que se reprochaba a sí misma la devastación causada por la guerra.
Le siguió, en enero de 1901, el anuncio de reformas que igualaban el país con Occidente y que removieron todos los aspectos de la vida china. Se autorizaron los matrimonios entre los Han y los manchúes.Asimismo se prohibió el vendado de pies a que eran sometidas las niñas de la etnia Han. También se abrió una era de insólita libertad de prensa, que enervó incluso a los dirigentes más reformistas.
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Cixí acometió entonces el mayor de los cambios. En 1906 anunció la transformación de China en una monarquía constitucional, lo que incluía el derecho al voto. La muerte la detuvo antes de completar su obra, el 15 de noviembre de 1908.
El día anterior había fallecido Guangxu, murió envenenado por orden de Cixí, temerosa de que el débil soberano convirtiera su país en una fácil presa de Japón. No es de extrañar que un diplomático francés la definiera de una forma muy especial, como el único hombre de China.
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