Por: Angélica Bernal y Aleida Guevra
Playeras verdes o blancas con la franja tricolor fueron acaparando lo que parecía ser una mañana cualquiera de este miércoles en el transporte público. El verde, blanco y rojo comenzaban a sobresalir más conforme nos acercábamos al Zócalo de la ciudad. En punto de las 9:00 am el partido de México contra Suecia daba comienzo, cientos de aficionados se dieron cita en el Zócalo de la Ciudad de México, en sus casa y oficinas para ver a la Selección Mexicana disputarse el pase a octavos.
Las miradas de alegría y las sonrisas en los rostros de los aficionados delataban la esperanza puesta en los 11 jugadores, pues tras haberle ganado a Alemania y a Corea del Sur todo parecía pintarle de maravilla a la Selección. Sin embargo, para Suecia era el último juego de fase y perder los dejaría sin mundial. ¡Vamos México! ¡Si se puede carajo!, eran algunos gritos que se podían percibir al pasar por la Plaza de la Constitución.
Al llegar a la oficina pude notar que las miradas y la alegría, que hace unos minutos dibujaban los rostros de los aficionados en la plancha del Zócalo, se habían apagado en mis compañeros de trabajo. Como si estuviéramos dentro de una máquina del tiempo fuimos trasladados a pasados juegos en los que el Tri no más no daba ni una. El marcador indicaba el primer gol de Suecia, ¡Aún queda mucho tiempo!, ¡Despierta México! gritaba mi compañera mientras todo estaba sumido en un silencio total.
Indagando el motivo de sus rostros, a mi mente llegaba la frase: ¡Imaginemos lo imposible!, esas fueron las palabras del “Chicharito” y ¡vaya que tenía razón! Lo que pasaba ante nuestros ojos era exactamente imposible de creer; el marcador mostraba un 2-0 y el panorama parecía ya no mejorar. Para México sólo había un milagro, el cual tenía por nombre Corea del Sur y vestía de rojo.
Mientras México se disputaba el pase a octavos, de manera simultánea, Corea del Sur se enfrentaba al campeón del mundo. La derrota no era una opción y el ser últimos de su grupo los alentaba para soportar durante 90 minutos a Alemania, sí aquel al que México le ganara en su debut en Rusia. La escuadra surcoreana, encabezada por el jugador del Tottenham, Son Heung Min, no tenía más que ganar para demostrar que no todo estaba acabado.
Sin embargo, desde el minuto 1 los coreanos dieron batalla y no se dejaron intimidar por la selección alemana, quienes eran favoritos para ganar. Conforme avanzaba el encuentro, y para sorpresa de los aficionados los alemanes lucían fuera de lugar, el cansancio se presentó con rapidez al correr detrás del balón, el cual no lograban alcanzar. Los surcoreanos se imponían al campeón mundial y haciendo honor a su sobrenombre de “Los Tigres de Asia”, resistieron con valentía sin dejarse anotar un sólo gol.
La razón de tanta tenacidad del equipo Coreano se debía a que aún podían calificar a octavos siempre y cuando México siguiera jugando como lo había demostrado en sus primeros partidos. ¡Estan bien pendejos! ¡No mames! el sentimiento de felicidad dio un giro de 180° y esta vez nada podría mejorarlo. México no lograba atinar en la porteria; lo que parecía ser una fiesta se convirtió en enojo y descontento. Los 90 minutos de juego estaban llegando al final y el marcador de 3-0, favor Suecia, se nos restregaba en el rostro.
México no pudo mantener el nivel, parecía ser el final de su participación en la Copa del Mundo; cuando de las bocinas del monitor uno de los comentaristas gritaba: ¡Goooool de Corea del Sur! En el minuto 92’, cuando ya estaba por terminar el encuentro en ceros, el defensa Kim Young-gwon se fue hasta el frente del campo y clavó el balón en lo alto de la portería, emocionando a sus compatriotas pero también a los aficionados mexicanos quienes recuperaron la esperanza, aunque estuvieron a punto de perderla cuando el árbitro pidió revisar la jugada con el VAR, el nuevo sistema de video arbitraje que la FIFA ha implementado, el cual sólo confirmó la validez del gol.
Y ya sin esperar mucho más, de manera sorpresiva los alemanes se veían lentos y los jugadores coreanos se plantaban más confiados. Sabían que su eliminación del Mundial de Rusia 2018 era cercana, pero si las matemáticas no nos fallaban podrían lograr calificar con la ayuda del Tri, algo que no estaba sucediendo. Un segundo gol se apuntaba al marcador, obra de Son Heung-min, la estrella del Tottenham, quien llegó a la portería alemana solo, frente a un portero que pocas ganas tenía ya de parar el balón.
Ambos partidos terminaron, y el pueblo mexicano saltaba de alegría, pero no era por la Selección de México. La realidad, a pesar de las esperanzas, fue que el Tri no logró, ni por un segundo, realizar las hazañas por las cuales los diarios les habían destacado. Sí, México pasó a octavos, pero tras su derrota, no solo casi terminó con los sueños de la nación Azteca, sino que sepultó los sueños de clasificación del equipo de Corea del Sur.
Después, en entrevista con Cho Hyun-woo, portero de la escuadra surcoreana, nos enteraríamos que los jugadores brincaron de alegría al apenas terminar el partido porque creían que México había derrotado a Suecia y que juntos habían clasificado. Ya que si México le hubiera ganado a los Vikingos, gracias al criterio de diferencia de goles, los Tigres Blancos y los jugadores Aztecas hubieran logrado la clasificación. Breves instantes después de haber concluido el partido contra la escuadra teutona, la noticia de la derrota de los mexicanos logró arrancarle algunas lágrimas a varios de los red devils que se habían dejado todo en la cancha.
Fue así como Corea del Sur le dio a México la calificación a octavos de final, devolviéndole al pueblo mexicano las ganas de soñar en grande, de festejar, aunque el pobre desempeño del Tri le hubiera arrancado los suyos al pueblo surcoreano. Tal vez, sólo tal vez, si México hubiera estado al nivel que presentó frente a Alemania la historia de la escuadra surcoreana hubiera sido diferente.