Cuando hablamos de animación japonesa, las películas de Hayao Miyazaki son un referente imprescindible.
Por: Aura Resendiz
La enorme popularidad de Hayao Miyazaki le hace justicia a su gran trabajo como director. Pues sus creaciones desbordan talento tanto a nivel técnico como narrativo. Y su sentido de responsabilidad con el espectador transforma el mero entretenimiento en una reflexión sobre nuestra realidad.
La Princesa Mononoke (1997) es un claro ejemplo de la mirada crítica de Miyazaki. Ambientada en el Japón feudal, esta animación sobresale por su crudo pero contundente mensaje: la ambición voraz del ser humano por el progreso consume todo a su paso.
Después de defender a su pueblo del ataque repentino de un misterioso jabalí, el príncipe Ashitaka, contrae una maldición que podría acabar con su vida. Por recomendación de los ancianos, el joven príncipe decide aventurarse en un viaje para encontrar la forma de revertir su terrible destino.
En su camino, Ashitaka se ve envuelto en medio de la lucha entre los espíritus del bosque y un pueblo minero. Durante el conflicto conoce a San, la princesa Mononoke y defensora del bosque, y a Emoshi, la líder de la Ciudad de Hierro y responsable de la maldición de Ashitaka.
Miyazaki se inspiró en la cultura nipona para construir el mundo que le dio vida a La Princesa Mononoke. Para empezar, esta animación está ambientada en el período Muromachi (1333-1568), una época de dominio militar por la clase samurái. Aunque la película no pretende ser un retrato fiel de este período histórico, contiene elementos visuales que nos transportan al Japón feudal.
Asimismo, el pueblo de Ashitaka es una referencia a los Emishi, un pueblo indígena que habitó el noroeste de Japón. Al igual que la tribu Ainu, los Emishi resistieron a la dominación militar y a la homogeneización cultural. Como se aprecia en el largometraje, el pueblo de Ashitaka vive oculto para poder vivir en paz y armonía con la naturaleza.
Por otra parte, la personificación de la naturaleza como dioses y espíritus del bosque tiene un tinte totalmente japonés. En la película se hace visible en la representación de Moro, la diosa lobo, Okkoto, el dios jabalí, Kodama, el espíritu de los árboles, entre otros. Esto dioses y espíritus de la naturaleza conocidos como kami son parte del sintoísmo, la religión nativa de Japón.
Además de las numerosas referencias a la cultura japonesa, el espectador puede maravillarse por la complejidad de los personajes. De este lado del continente, los personajes de las películas animadas suelen ser planos y, en su mayoría, están motivados por deseos y metas predecibles.
Las contradicciones y complejidades de los personajes de La Princesa Mononoke permiten que el espectador pueda ser empático con cada uno de ellos. Aunque la historia está ambientada en un mundo de fantasía, el espectador puede comprender e identificarse con la situación de los personajes.
Los personajes no cumplen una mera función narrativa, pues no son simplemente héroes o villanos, sino que tratan de reflejar la complejidad del ser humano. En el desarrollo de la historia esto se hace visible a partir de cómo el odio y la oscuridad pueden consumir a cualquiera, sea humano o espíritu del bosque.
La naturaleza no es un sujeto pasivo, pues decide actuar en contra de la violencia desenfrenada del ser humano. En este sentido, los espíritus del bosque no miran con desaprobación y permiten el despojo de su hogar, sino que se defienden y se rebelan contra la humanidad, una guerra que podría arrebatarles la vida.
Por otra parte, Ashitaka es un mediador y un fiel defensor de la coexistencia entre ambos mundos. Aunque la maldición puede consumir su vida, Ashitaka no se deja dominar por el odio, es compresivo y lucha por la armonía y la paz para todos.
Sin embargo, los personajes que más se destacan son Eboshi y San. Ambas están comprometidas con los suyos como líderes y defensoras de sus respectivos mundos.
Por un lado, Eboshi lucha por el reconocimiento y la emancipación de su pueblo. Aunque el precio de su éxito sea la destrucción de la naturaleza. No obstante, su figura inspira respeto y admiración, pues rescató a los marginados y construyó una ciudad para que éstos pudieran gozar de una vida digna.
Por otro lado, San está comprometida con la defensa de los espíritus del bosque. Su romance con Ashitaka no es un obstáculo para sus objetivos, pues tiene muy claro sus prioridades. En este sentido, San no cumple el clásico rol del personaje femenino, pues ella decide actuar y transformar su propia realidad.
Los personajes femeninos de Miyazaki rompen con los estereotipos de género, pues dejan atrás la pasividad y sumisión de la mujer y el clásico “vivieron felices por siempre”. En este sentido, el amor romántico no es la principal motivación de las mujeres de Ghibli, ellas están llenas de sueños y metas por cumplir.
En el caso de La Princesa Mononoke, Eboshi y San son ejemplos del Girl Power. Ambas defienden a su pueblo, son líderes, valientes y seguras de sí mismas. No son las damas en apuros en espera del auxilio de su príncipe, son mujeres dueñas de su propio destino.
Además de cuestionar los estereotipos de género, los personajes de esta película dan voz a dos grupos históricamente excluidos: las prostitutas y los enfermos. Después de ser rescatados por Eboshi, los habitantes de la Ciudad de Hierro luchan por su emancipación. De esta forma, La Ciudad de Hierro se convierte en una nueva oportunidad para gozar de una vida digna y libre de discriminación.
El compromiso de Miyazaki de crear películas críticas y reflexivas de la sociedad es muy visible en esta animación. El director muestra claramente su preocupación por la pérdida de la identidad y los valores nipones (sustentados en el respeto a la naturaleza) y el elevado costo del progreso.
La historia de La Princesa Mononoke es cruda y oscura, pues cada escena nos transmite dolor, angustia, enojo y frustración. La violencia oculta detrás de este mundo de fantasía nos invita a repensar nuestro pasado, presente y futuro.
Al reflexionar es innegable reconocer que la historia de la humanidad está repleta de guerras eternas para someter al otro. El egoísmo y anhelo de poder nos hace pensar que somos el centro del universo, mientras que el resto de seres vivos son simples objetos de apropiación y explotación, siempre a nuestra disposición.
Sin embargo, La Princesa Mononoke nos deja un mensaje claro: compartimos el mismo tiempo y espacio, por lo que la destrucción de la naturaleza terminará por acabar con la humanidad.
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